Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, Monóvar - Lourdes Jaen


   
  Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, Monóvar
  Lourdes Jaen
 
RECORRE FELIZ LOS NUEVOS SENDEROS DE LA LUZ Y DE LA VIDA

 Mientras la lluvia va mojando mi ventana, mi pensamiento me llevado a ti. Tras seis meses de tu marcha, sigo aquí, esperando por si regresas.

Ya sé que estás ahí, te siento cerca cada vez que te visito en el campo santo, cuando me tumbo en la cama hasta que me vence el sueño, o al subir al coche y sentir ese vacío hiriente que nadie lo puede llenar.

Llámame loco, pero en algunas ocasiones me resulta difícil discernir si será sueño o realidad, cuando en el silencio de la noche me parece oírte, como queriendo decirme “No te lamentes por mí… es así la vida

Sabes que tu despedida me ha dañado el alma, y aunque dicen que el tiempo sanará las cicatrices, hasta la fecha no ha curado nada, sin ti, solo soy yo sin ti.

¿Recuerdas el día que acudimos a la primera consulta de oncología en el hospital y te diagnosticaron la enfermedad? con que templanza y valentía la asumiste. Parecías más preocupada por como transmitirlo al resto de la familia, que en lo que para tu vida suponía lo que una fría y desalmada oncóloga te explicó en esa primera cita. De vuelta a casa, y para no alarmar más de la cuenta, convenimos hasta donde podíamos contar.

Desde esa primera consulta hasta tu partida apenas pasó poco más de un año. Me vienen a la memoria algunos momentos significativos, como lo bien que lo pasamos en navidades y fin de año, la emoción y risas en la noche de reyes o la ilusión por salir de cofrade en Semana Santa acompañando a la Virgen de la Soledad. Hasta esa fecha, con tu tratamiento hacías prácticamente una vida normal. Pero pasada la Pascua todo se descontroló con una virulencia similar al incendio de un gran bosque con tantos focos activos, que cuando llegas a controlar una zona se aviva otra.

Después de cuatro meses con mejorías y recaídas tratando de controlar los frentes abiertos, llegamos a la habitación doscientos ocho en la segunda planta del hospital. Tus fuerzas eran limitadas, el innombrable te estaba ganando la batalla, pero tú estabas dispuesta a librar esa guerra. A pesar de todo ese tormento, querías vivir.

Esa fatídica noche del nueve de agosto de dos mil veintidós la pasamos juntos, ¿la recuerdas? tú apenas podías dormir por molestias en la espalda, mientras yo le quitaba importancia achacándolo a una mala postura en el sillón. Un leve masaje en la zona aliviaba los síntomas, pero al rato otra vez regresaba ese molesto dolor. Con el paso de las horas iba creciendo tú incomodidad y traté de transmitirte tranquilidad diciéndote que allí tenían medicación capaz de quitar ese dolor, “como para llenar un barco” y que no te faltarían dosis hasta que cesara el dolor y consiguieras relajarte, y así fue “voy a pedir que te pongan un poco más, ¡vale!” a lo que tú asentiste con la cabeza.

Sentado sobre la cama, mi mano abrazó la tuya “respira despacio y tranquila, que estoy aquí” te decía, mientras tú tratabas de aferrarte a la vida. No solté tu mano… como en las películas, esperaba que a través de ella fluyera parte de mi energía para salvar tu vida. “Valiente guerrera, respira tranquila que estoy contigo” repetía una y otra vez. Tú permanecías en silencio, un silencio que hablaba sin palabras, que llegaba hasta lo profundo del corazón… un silencio para escuchar. Quiero pensar que, en ese momento, me acompañaste en un viaje fugaz a tantos momentos bonitos, a tantas risas y complicidades compartidas, a tanta vida vivida juntos… antes de que un ángel de Dios bajara del cielo a por ti y se cerraran para siempre tus bonitos ojos verdes.

Sin darte cuenta tu corazón de oro dejó de sentir latidos de emoción y de felicidad; y se apagó esa sonrisa cómplice que siempre tenías para los tuyos. Presioné fuerte tu mano, pequeña, frágil y agotada de tanto combate. Te encontrabas tan segura a mi lado, que en ese instante sentí que te había fallado…, pero créeme Lourdes, nada más pude hacer por tu vida, nada más pude hacer por ti… nada más…

A pesar de todo el tiempo que pasamos juntos, siento que nos faltaron días para despedirnos, pero ninguno de los dos estábamos preparados para bajar la guardia y aceptar una rendición. Afortunadamente me dejas con muchos recuerdos y con las largas conversaciones que mantuvimos en esos viajes a Valencia en busca de un tratamiento experimental, a Alicante para tus sesiones de radioterapia o al hospital a recibir la quimio, mientras en el coche sonaba de fondo tu selección musical preferida.

Aunque tú, siempre tan prudente nunca lo pedías, ¡Cuánto te gustaba cuando pasaba a por ti los fines de semana para visitar grandes superficies o comercios, salir a pasear, o cenar por ahí! Cada uno de esos viajes fue una lección para mí. Me enseñaste a sufrir con paz y serenidad a pesar de todas las adversidades que iban surgiendo en tu día a día. Y ahora que tu voz ha callado con la muerte, tu corazón me sigue hablando cada día.

Aunque lamento profundamente tu ausencia, tengo la certeza de que se hizo la voluntad de Dios y que ahora, aunque no te veo estás aquí conmigo, que solo estás al otro lado y me vigilas y me cuidas. Que lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo. Que sigues derrochando amor, que no estas lejos… tan solo a la vuelta del camino.

Como dijo San Juan Pablo II, “Se muere para vivir; para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor, para vivir eternamente”. Deseo que te encuentres viviendo en ese mundo ideal, un mundo que no conoce de enfermedades ni odios, un mundo alejado de envidias y rencores. Rezo cada noche para que así sea.

Como sabes las cosas por casa apenas han variado; a pesar del tiempo transcurrido la mamá sigue lanzando besos todas las mañanas y noches a una fotografía tuya, tus mascotas están todas bien, tu habitación sigue manteniendo el mismo aspecto que cuando marchaste y yo he recuperado la rutina diaria. Aparentemente todo está bien… pero si un sentimiento común invade la casa, es que echamos en falta tu presencia física, tu voz, tu sonrisa, tu ternura, tu todo...

Ahora que tienes alas y nada te detiene, haz que brillen como el sol mis días grises y despierta en mí la ilusión de seguir adelante y poder hacer realidad tus sueños del ayer.

Cuídate, cuídanos, nos veremos… tan solo estas a la vuelta del camino.

Francisco Jaén

 


 
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nació el 27 de Enero de 2008.

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